Año de 1968, la señora Irene de Padilla estaba constituida como propietaria de un inmueble que arrendaba en alquiler, en la zona 3 de esta capital, esto a varias personas de escasos recursos. La mayoría de viviendas de este tipo, se caracteriza por la gran variedad de modos de vida.
Casi ningún inquilino daba problemas, a no ser naturalmente los del pago mensual. Era una pequeña colonia de seis familias. Don Nico y su esposa, dos viejos sin hijos. Dona Conchita y nueve patojos sin papá; Luis, el lechero, y su madre ya anciana; Josefina, sus hermanitos y una tía abuela; un primo de la dueña y la misteriosa dona Pancha y su hijo de 18 años.De todos, la que más miradas y oídos atraía, era dona Pancha. Se decía que era bruja. Casi siempre se ha asociado con mujeres feas y ya viejas con la brujería. Hoy, sabemos positivamente que para llegar a ser bruja no son necesarios tales atributos. Pues bien, dona Pancha recibía personas de vez en cuando. Los chismes decían que mantenía gran número de libros relacionados con el tema. Sin embargo, su hijo, atareado en el taller donde trabajaba, casi nada sabía de todo aquello, ni le hacia caso.
Cierto día en que platicaban con los muchachos, aquellos le hablaron en forma seria sobre la posibilidad de que su madre tuviera pacto con el Diablo, pues para llegar a ser bruja es primordial tal requisito Esto realmente inquietó a Pedro, el hijo de Pancha. Aquel joven no dijo nada de esto a su madre; sin embargo, la curiosidad lo llevó a registrar materialmente todas las propiedades de su progenitora. La sorpresa fue muy grande cuando encontró gran número de libros extraños. Hablaban de cosas del diablo, curaciones por hierbas, oraciones para hechizos, etc.
Pedro enfureció y, bajo este estado, recogió todos los libros y se dispuso a quemarlos. En son de burla, abrió uno de ellos y, al ver, una oración muy especial, la pronunció en voz alta. No se sabe muy bien, pero de pronto, se encontró en el cementerio, solo y de noche. Según relató después. Allí vio una hermosa mujer la cual le dijo que pidiera lo que más anhelaba en la vida. Pedro, visiblemente turbado y con un miedo terrible, salió corriendo en busca de la salida., tropezando y casi llorando. Tampoco se sabe como logró salir de aquel lugar. Ya de madrugada, se presentó en su casa. Allí estaban esperándolo con mucho nerviosismo varios conocidos. Aquel, casi con el corazón en la boca, les contó todo y luego cayó al suelo. Tres días permaneció muy grave. Las medicinas administradas no surtieron efecto. Aquel joven, fuerte, rudo y sano, se iba paulatinamente muriendo. Al cuarto día su cuerpo no resistía aquella rara enfermedad, y por la tarde murió. La madre, que conocía la razón de la terrible experiencia sufrida por su hijo, lloró mucho y renegó allí mismo de todo cuanto ella había practicado.
La señora Irene de Padilla se enteró de lo sucedido y, como ella practicaba una religión protestante, trató de consolar a dona Pancha. Los días siguientes, aquella mujer encontró consuelo en una nueva creencia, pero ahora encaminada a lo bueno.
Lo sucedido en aquella casa no cabe duda quedo grabada en la mente de todos cuantos se enteraron del caso. Aún ahora, luego de tanto tiempo, de vez en cuando, es relatado el suceso con cierto nerviosismo.