EL ESPECTRO DE DOÑA LEANDRA
EL ESPECTRO DE DOÑA LEANDRA
Por: EM

Sucedió en una población muy lejana a la capital de Guatemala Era el mes de junio de 1925 y dona Leandra L. Se encontraba muy mala. Sus hijos y su esposo, aunque sin decirle nada, temían que algo grave le sucediera. Vivía esta familia en el barrio de Las Flores, sus calles eran de piedra y las casas de adobe puro. El abuelo, como en realidad lo era, se había constituido en una persona un poco avara. Don Juan H. Era el esposo de dona Leandra, tenían cinco hijos y por supuesto algunos nietos.
 

Por: EM

Sucedió en una población muy lejana a la capital de Guatemala Era el mes de junio de 1925 y dona Leandra L. Se encontraba muy mala. Sus hijos y su esposo, aunque sin decirle nada, temían que algo grave le sucediera. Vivía esta familia en el barrio de Las Flores, sus calles eran de piedra y las casas de adobe puro. El abuelo, como en realidad lo era, se había constituido en una persona un poco avara. Don Juan H. Era el esposo de dona Leandra, tenían cinco hijos y por supuesto algunos nietos.
 

A mediados de este mes, la abuela en forma imperativa, le dijo a su esposo que ella muriera realizara su testamento, para que así ella se ¨fuera¨ tranquila de que sus hijos tenían algo con qué vivir. Sin embargo don Juan se resistió a hacerlo. La abuelita se fue paulatinamente agravando y llegó el momento en que el desenlace era inevitable. No cabe duda que ella, suponiendo su estado, en un momento de lucidez dijo severamente a su esposo: ¨Juan, te dije que heredaras a mis hijos; no lo has hecho. Si yo muero juro que no te dejaré tranquilo, hasta que cumplas con lo que te estoy pidiendo¨. Quién sabe como era el abuelo; pero a pesar de esta advertencia, el testamento no fue realizado.

 

Una tarde de finales de mes, doña Leandra dejó este mundo. Los acongojados hijos lo sintieron enormemente, ya que la madre se había convertido de una valiente luchadora de sus intereses y cuidados. Fue preparado todo para el sepelio; muchas flores y candelas le acompañaban hasta su tumba. El cementerio local recibió el cuerpo de aquella mujer, gran cantidad de amigos acompañaron hasta el último momento a la buena abuelita. Sus hijos, y principalmente dona Concha, se hallaban preocupados por la horrible promesa de la madre. Sin embargo, los días fueron pasando y nada ocurría.

Llegó la fecha en que se cumplían los nueve días. Era ya el mes de julio, Concha, la hija más grande, había dispuesto pasar su cama al cuarto donde la abuelita murió. Luego del ritual la casa quedó tranquila, sus moradores cansados por el intenso trabajo, tomaron rumbo a sus cuartos. Dona Concha se tomó el trabajo de lavar las tazas, razón por la cual fue la última en acostarse. Al haber concluido aquel agobiante que hacer, se retiró a su habitación. Al entrar en el cuarto, un grito escalofriante surgió de su garganta... ¡Mi mamá está aquí! ¡Mi mamá está aquí! Fueron sus palabras. Toda la familia se levantó despavorida. No atinaban a saber que era lo que ocurría. Don Juan, como era, no se atemorizó y entró en la alcoba.

Fue algo macabro, increíble espantoso. Allí estaba la abuela, sentada en la cama, con su misma ropa habitual, con su gesto exigente. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, el abuelo con gran energía le dijo ¨Pepa, vos no tenés nada que hacer aquí, andate donde debes estar. Salí de esta casa ahorita mismo¨. Todos los hijos vieron la escena, todos los hijos observaron lo que ocurría, algunos nietos únicamente escucharon la conversación. Todos están de acuerdo en que dona Leandra (quien en vida le decían Pepa cariñosamente) estaba allí presente. A los requerimientos de don Juan, la abuela salió del cuarto, pasó el cuarto, abrió la puerta de la calle y tomó rumbo al cementerio. La casa estaba ubicada en la calle precisamente que daba hacia ese lugar. Cuentan los hijos que ha esas horas de la noche, y con forme iba pasando, los perros aullaban en forma lastimera y misteriosa. Helados de espanto y asombro, los moradores de aquella casa jamás olvidarán aquel momento.

Este no es el final de la historia, pues a los pocos días comenzaron a manifestarse curiosos fenómenos en la habitación donde dormía el abuelo. Cuenta la nieta, hija de dona Concha, la señora Dolores de R. Que los objetos se movían de lugar. Las sabanas le eran arrancadas por la fuerza a don Juan. En realidad no lo dejaban dormir. La cama se le movía, le arañaban los pies, las velas se apagaban solas, extraños golpes en la puerta, la pared o el techo.

Don Juan poco a poco, iba consumiendo debido a su tensión nerviosa. Aquello era insoportable, la advertencia de su esposa se estaba cumpliendo. Por momentos el sentía claramente la presencia de doña Leandra que lo vigilaba. Así pasaron seis interminables meses de angustia para todos. En realidad los hijos, a pesar de la dureza del abuelo, le tenían lástima. Viendo la situación tan desesperante y los hechos tan insólitos que ocurrían, trataron de hacer algo, que por supuesto no fue testamento, verdadero origen de cuanto estaba sucediendo.

No se sabe a ciencia cierta si fue el exorcismo o la dureza de aquel hombre; pero ocurrió que de pronto todo cesó. Todo quedó en calma, nada sucedía. Años después el abuelo falleció, sin duda alguna fue a dar en el mismo lugar donde estaba la abuela esperándolo. Quizás allá continuó cumpliéndose la promesa, ya que de cualquier manera jamás se realizó el disputado testamento. Cuentan los hijos de doña Leandra que todo esto fue real y que les sucedió como algo que hasta la fecha no se lo pueden explicar.

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