Haciendo memoria

El vuelo espacial más largo realizado por un estadounidense hasta la fecha fue el del astronauta de la NASA Frank Rubio, quien pasó 371 días viviendo a bordo del conjunto de módulos y paneles solares del tamaño de un campo de fútbol americano que componen la EEI.

Su tiempo en órbita, que superó el récord anterior de 355 días consecutivos, se prolongó en marzo de 2023 después de que la nave espacial en la que él y sus compañeros debían regresar a casa sufriera una fuga de refrigerante.

Finalmente volvió en octubre de 2023. Los meses adicionales en el espacio le permitieron a Rubio completar un total de 5.963 órbitas alrededor de la Tierra, recorriendo 253,3 millones de kilómetros.

Aun así, le faltaron unos dos meses para alcanzar el récord del vuelo espacial más largo jamás realizado por un ser humano que ostenta el cosmonauta ruso, Valeri Polyakov, quien pasó 437 – un año y 2 meses y medio a bordo de la Estación Espacial Mir a mediados de la década de 1990.

recorrieron más de 250 millones de kilómetros durante sus 5.984 vueltas a la Tierra

esta información será vital a medida que la humanidad se propone enviar misiones para explorar las profundidades del Sistema Solar. Por ejemplo, se espera que un viaje de regreso de Marte dure alrededor de 1.100 días (poco más de tres años o 6 ida y vuelta) según los planes actuales.

La nave espacial en la que viajarán será mucho más pequeña que la EEI, lo que significa que se necesitarán dispositivos de ejercicio más pequeños y ligeros.

Pero dejando de lado los problemas para mantenerse en forma, ¿qué efectos tiene el vuelo espacial en el cuerpo humano?

Para prevenir la pérdida de masa muscular, los astronautas realizan una rutina de ejercicios diariamente.

Músculos y huesos

Sin la constante presión de la gravedad sobre nuestras extremidades, la masa muscular y ósea comienza a disminuir rápidamente en el espacio.

Los más afectados son los músculos que ayudan a mantener la postura en la espalda, el cuello, las pantorrillas y los cuádriceps, pues en microgravedad, ya no tienen que esforzarse tanto y comienzan a atrofiarse.

Tras solo dos semanas, la masa muscular puede disminuir hasta un 20% y, en misiones más largas, de tres a seis meses, un 30%.

De igual manera, dado que los astronautas no someten sus esqueletos a tanta tensión mecánica como cuando están sujetos a la gravedad terrestre, sus huesos también comienzan a desmineralizarse y a perder fuerza.

Los astronautas pueden perder entre un 1% y un 2% de su masa ósea cada mes que pasan en el espacio y hasta un 10% en un período de seis meses (en la Tierra, los hombres y mujeres mayores pierden masa ósea a un ritmo del 0,5% al 1% anual).

Esto puede aumentar el riesgo de sufrir fracturas y alarga el tiempo de recuperación, pues la masa ósea puede tardar hasta cuatro años en recuperarse tras regresar a la Tierra.

La NASA y otras agencias espaciales se aseguran de que los astronautas tengan una dieta balanceada y rica en proteínas y minerales.

Para combatir esto, los astronautas realizan 2,5 horas diarias de ejercicio y entrenamiento intenso mientras están en órbita. Esto incluye una serie de sentadillas, peso muerto y remos con un dispositivo de resistencia instalado en el gimnasio de la EEI, además de sesiones regulares de trote y de bicicleta estática.

También toman suplementos dietéticos para mantener sus huesos lo más sanos posible.

Sin embargo, un estudio reciente destacó que incluso este régimen de ejercicios no fue suficiente para prevenir la pérdida muscular. Y, por ello, se recomendó evaluar si cargas más altas de ejercicios de resistencia y un entrenamiento de alta intensidad a intervalos podrían ayudar a contrarrestar esto.

La falta de gravedad ejerce presión sobre el cuerpo humano, lo que significa que los astronautas experimentan un ligero crecimiento durante su estancia en la EEI, pues su columna vertebral se alarga.

Esto puede provocar problemas como dolor de espalda y hernias discales al regresar a la Tierra.

Los científicos quieren estar seguros de que el cuerpo humano sea capaz de soportar la futura exploración de la Vía Láctea.

Aunque el peso significa muy poco en órbita (el entorno de microgravedad permite que cualquier cosa que no esté atada pueda flotar libremente en la EEI, incluidos los cuerpos humanos), mantener un peso saludable es un desafío en órbita.

Si bien la NASA intenta garantizar que sus astronautas consuman una variedad de alimentos nutritivos, incluyendo algunas hojas de ensalada cultivadas a bordo de la estación, esto puede afectar el cuerpo de un astronauta.

La vista

En la Tierra, la gravedad ayuda a impulsar la sangre hacia abajo mientras el corazón la bombea de nuevo hacia arriba. Sin embargo, en el espacio, este proceso se altera (aunque el cuerpo se adapta en cierta medida) y la sangre puede acumularse en la cabeza más de lo normal.

Es posible que parte del líquido se acumule en la parte posterior del ojo y alrededor del nervio óptico, lo que puede provocar un edema. Esto puede provocar cambios en la visión, como disminución de la agudeza visual y cambios estructurales en el propio ojo.

Los cambios pueden comenzar a ocurrir tan solo a dos semanas de estar en el espacio, pero a medida que transcurre ese tiempo, el riesgo aumenta. Algunos cambios en la visión se revierten aproximadamente al año del regreso a la Tierra, pero otros pueden ser permanentes.

La exposición a los rayos cósmicos y a las partículas solares también puede provocar otros problemas oculares. La atmósfera terrestre nos protege de estos problemas, pero en la órbita, esta protección desaparece.

Si bien las naves espaciales pueden llevar blindaje para evitar el exceso de radiación, los astronautas a bordo de la EEI han reportado haber visto destellos de luz en sus ojos cuando los rayos cósmicos y las partículas solares impactan en su retina y nervios ópticos.

Se descubrió que el rendimiento cognitivo de Kelly cambió poco y se mantuvo relativamente igual al de su hermano en la Tierra.

Sin embargo, los investigadores observaron que la velocidad y la precisión del rendimiento cognitivo disminuyeron durante unos seis meses después de su aterrizaje, posiblemente a medida que su cerebro se reajustaba a la gravedad terrestre.

Un estudio sobre un cosmonauta ruso

Se encontraron cambios en los niveles de conectividad neuronal en partes del cerebro relacionadas con la función motora (es decir, el movimiento) y también en la corteza vestibular, que desempeña un papel importante en la orientación, el equilibrio y la percepción del propio movimiento.

Lo anterior no debería sorprender dada la peculiar naturaleza de la ingravidez en el espacio; los astronautas a menudo tienen que aprender a moverse

Un estudio más reciente ha suscitado preocupación. Las cavidades cerebrales conocidas como ventrículo lateral derecho y tercer ventrículo (responsables de almacenar líquido cefalorraquídeo que proporciona nutrientes al cerebro y elimina desechos) pueden hincharse y tardar hasta tres años en recuperar su tamaño normal.

Las investigaciones recientes demuestran que una clave importante para la buena salud reside en la composición y diversidad de los microorganismos que habitan en nuestro cuerpo. Esta microbiota puede influir en la digestión, afectar los niveles de inflamación e incluso alterar el funcionamiento del cerebro.

Los científicos que examinaron a Kelly tras su viaje a la EEI descubrieron que las bacterias y hongos que habitaban en su intestino se habían alterado profundamente.

Esto quizás no sea del todo sorprendente, dada la gran diferencia en su alimentación y el cambio en las personas con las que compartía sus días (obtenemos una cantidad alarmante de microorganismos intestinales y orales de las personas con las que convivimos).

Sin embargo, la exposición a la radiación y el uso de agua reciclada, junto con los cambios en su actividad física, también podrían haber influido.

El prolongado viaje espacial y los efectos a su ADN.

Al final de cada cadena de ADN están estructuras conocidas como telómeros, que se cree ayudan a proteger a nuestros génes. A medida que envejecemos, estos se acortan, pero las investigaciones sobre Kelly y otros astronautas han revelado que los viajes espaciales parecen alterar la longitud de los telómeros.

De particular relevancia para la salud a largo plazo y el envejecimiento, los astronautas en general tenían muchos más telómeros cortos después del vuelo espacial que antes”,

Los astronautas que experimentan exposición prolongada en órbita muestran signos de daño en el ADN,

La escasa gravedad afecta no solo a los músculos y huesos, sino también a la vista y el sistema inmunológico, aseguran los científicos.

También se observaron algunos cambios en la expresión génica (el mecanismo que interpreta el ADN para producir proteínas en las células) que podrían estar relacionados con su viaje espacial.

Algunos de estos cambios se relacionaban con la respuesta del cuerpo al daño en el ADN, la formación ósea y la respuesta del sistema inmunitario al estrés. Sin embargo, la mayoría de estos cambios se normalizaron a los seis meses de su regreso a la Tierra.

En junio de 2024, un nuevo estudio destacó algunas posibles diferencias entre la forma en que el sistema inmunitario de los astronautas masculinos y femeninos responde a los vuelos espaciales.

Utilizando datos de muestras obtenidas, se identificaron cambios en 18 proteínas relacionadas con el sistema inmunitario, el envejecimiento y el crecimiento muscular.

Al comparar actividad genética con la de 64 astronautas en misiones anteriores, el estudio detectó la expresión de tres proteínas que influyen en la inflamación, en comparación con la de antes del vuelo. Los hombres tendieron a ser más sensibles al vuelo espacial, con mayor alteración de su actividad genética y tardaron más en recuperar su estado normal tras regresar a la Tierra.

En particular, los investigadores descubrieron que la actividad genética de dos proteínas conocidas como inter leu cina-6, que ayuda a controlar los niveles de inflamación en el cuerpo, e inter leucina-8, que se produce para guiar a las células inmunitarias a los focos de infección, se vio más afectada en los hombres que en las mujeres.

Otra proteína, el firbri nógeno, que participa en la coagulación sanguínea, también se vio más afectada en los astronautas masculinos.

Sin embargo, los investigadores afirmaron que aún necesitan descubrir por qué las mujeres parecen ser menos sensibles a estos efectos particulares de los vuelos espaciales, aunque esto podría estar relacionado con su respuesta al estrés.

,Las naves que podrían ir a Marte y otros planetas serán más pequeñas que la EEI y, por ello, tendrán menos espacio para que los astronautas se acostumbren.

Otra conclusión a todo esto rd que de existir vida inteligente en el espacio y la posibilidad que nos hayan o nos visiten ahora , tendrán inevitablemente ser diferentes no solo por las condiciones de habitabilidad de su mundo , si no por las condiciones de su viaje de millones de kilómetros que tendrán que recorrer, a menos que recurramos a la posibilidad de la tele transportación. Junto con sus naves, lo cual implica otros grandes problemas de desintegración y restablecimiento a su estado normal.

EMP.

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