La historia de la Papisa Juana, que habría tomado el nombre de Juan VIII, aparece por primera vez el año 1254 (¡es antigua!), contada por un tal Jean de Mailly, quien sitúa los hechos en el “cercano” año 1099. Un poco después, el relato lo toma Martín de Opava, y le da la forma bajo la cual fue conocida en la posteridad. Y señala que la fecha, en realidad, habría sido entre los años 855 y 858, o sea entre los papas León IV y Benedicto III, lo que se convirtió finalmente en la fecha “oficial” para narrar esta curiosa historia.
De acuerdo a Martín, esto es lo que habría ocurrido, en su expresión más pura y original:
“John Anglicus, nacido en Mainz, fue Papa por dos años, siete meses y cuatro días, y murió en Roma, tras lo cual el Papado estuvo vacante por un mes. Se dice que este John era una mujer, que siendo niña fue llevada a Atenas, vestida con ropas de hombre por un amante que ella tenía. En ese lugar, se volvió excelente en una gran diversidad de ramas del conocimiento, hasta que no tuvo igual y, luego en Roma, enseñó las artes liberales, y tuvo grandes maestros entre sus estudiantes y su audiencia. Se formó una elevada opinión de su vida y enseñanza en la ciudad, y fue elegida Papa. Mientras era Papa, sin embargo, quedó embarazada de su pareja. Dado que se ignoraba la fecha exacta en que se esperaba el nacimiento, tuvo a su hijo en la mitad de una procesión, entre la iglesia de San Pedro y el Palacio Laterano, en un camino conocido alguna vez como la Via Sacra, pero que hoy se conoce como ‘la calle prohibida’, entre el Coliseo y la iglesia de san Clemente. Tras su muerte, se dice que fue sepultada en ese mismo lugar. Los Papas siempre evitan esa calle, y muchos creen que esto se hace por repudio a este evento. Tampoco se le ubica en la lista de los Santos Pontífices, tanto por su sexo femenino, como por lo lamentable del suceso”.
Algunas versiones de la historia, indican que fue lapidada ahí mismo, en la calle (¡mal, romanos, muy mal!). Pero otra versión de este texto, dice que la papisa no murió de inmediato. Sino que se retiró voluntariamente, y murió tras muchos años de reclusión y penitencia. El hijo de la papisa se habría convertido en obispo de la ciudad de Ostia, y habría ordenado que la sepultaran en la catedral de esa ciudad, luego de su muerte.
¡Ah! Pero todo esto tendría consecuencias, porque esta historia continúa. “¿Cómo? Si se murió la papisa… ¿cómo van a continuar la historia, si murió la protagonista?” dirán ustedes. Pues bien, resulta que se dice que hasta el papa León X (1513-1521), se utilizó un singular método de “comprobación papal”, para que no se repitiera este “error” de nominar a una mujer. ¿Cuál era? La sedia stercoraria. ¿La quéeeee? ¡La sedia stercoraria, les dicen! Significa “silla para defecar”, y era una silla con un agujero al medio, un objeto que sobrevivió desde la Roma Imperial.
La sedia stercoraria en gloria y majestad, se encuentra en el Museo Vaticano.
Cuentan quienes creen en esto, que cada vez que se elegía un papa, el pontífice recién electo debía sentarse en la silla, sin usar nada, pero lo que es nada, bajo su túnica papal. Entonces, venía un joven cardenal que miraba o palpaba los testículos del líder católico recién elegido. Cuando comprobaba la presencia de los genitales correspondientes, exclamaba “Duos habet et bene pendientes”, o sea: “¡Tiene dos, y cuelgan muy bien!”. O sencillamente: “habet!”
Y la leyenda de la Papisa siguió creciendo. Si bien hubo dudas al comienzo sobre su veracidad, porque en la Edad Media no había forma de saber las cosas “en vivo” (y no existían redes sociales… ni nada que se le pareciera), ya a la altura del siglo XIII, su historia se convirtió en un hecho irrefutable para todos. La usaban como ejemplo en las escuelas dominicales, se le incluyó en textos oficiales del Vaticano, e incluso Bocaccio habló de ella, en su colección de biografías de mujeres famosas, De Mulieribus Claris. (Sobre Mujeres Famosas… ya en esa época habían best sellers, como ven).
El famoso historiador eclesiástico – en su época, claro -, Adam de Usk, le pone nombre, y dice que se llamaba Agnes originalmente. Y en esa época, se elabora una serie de bustos papales para la Catedral de Siena, donde ¡adivinen! ponen a nuestra papisa justo entre León IV y Benedicto III. Incluso, fue inmortalizada en una carta del tarot.
Y por si fuera poco, en un texto atribuido al gran Petrarca, se indica que la muerte de la Papisa habría estado marcada por una serie de eventos inusuales. Lluvia de sangre en Brescia, por tres días y tres noches. Langostas “mutantes” y doradas en Francia, con seis alas y dientes poderosos, que volaban para ahogarse en el Canal de la Mancha, y cuyos cuerpos, luego de morir, fueron arrojados a las playas y contaminaron el aire a tal punto, que mucha gente murió.
Pues resulta, que durante su juicio en 1415, Jan Hus (el Antipapa), declaró muchas cosas para defenderse de las acusaciones de herejía. Y cada una de ellas, fue refutada punto por punto, por sus acusadores. Excepto una, al parecer.
Dijo que la Iglesia Católica no necesitaba un papa, porque durante el pontificado de la “Papisa Agnes”, como le llamó, la Iglesia continuó existiendo. Sus acusadores le dijeron que eso no probaba nada respecto a la Iglesia, pero respecto a la Papisa… mutis. Nada. Cero. ¡No dijeron una palabra, no se pronunciaron sobre ella! Por lo tanto, tácitamente admitían su existencia, ¿o no?
– Los Juanes y no hubo un XX.
El último Papa llamado Juan, fue Juan XXIII, no existe un Papa Juan XX Así es, ¡falta un “Juan”! Esto, según los defensores de la existencia de la Papisa, manifiesta claramente que se quitó a un “Juan” del listado, que sería nuestra papisa en cuestión. Lo cierto es, que efectivamente Pedro Julião (el único papa portugués en la historia) decidió “saltarse” la numeración XX.
Lo cierto es lo siguiente…la evidencia de esta creencia esta en La Papisa del Tarot de Marsella.