“No saben lo que es morir ni los muertos”
(Ramón Gómez de la Serna.)
Estamos en la carretera, cerca de Brignoles, el 31 de agosto de 1956. Charles Aznavour, actor y cantante franco-armenio, admirado por miles, está al frente del volante en su coche. De pronto y ya demasiado tarde para desviar el auto, aparece frente a él un inmenso camión. Aznavour sólo tuvo tiempo de aferrarse fuertemente al volante antes que el impacto llegara.
Desvanecido y sin conciencia de haber sufrido un accidente, quedó prensado entre los retorcidos hierros. “Estaba invadido de una sensación de absoluto bienestar, que penetraba en mi cuerpo poco a poco como un calor agradable. Después oí cómo alguien decía: ¡Dios mío, está muerto! Sólo entonces me di cuenta que hablaban de mí. Me sentía desahogado. Esto es para mí la muerte”.
El médico llegó hasta la habitación del actor francés Danny Gélin, y por la clase de señales del cuello de la camisa desgarrado y ojos desorbitados, el signo de un ataque cardíaco era evidente. Con la mayor urgencia fue llevado al hospital Danolo en Tel Aviv, donde se despertó con fuertes dolores sobre la región cardiaca. “Vi de pronto a una persona vestida de blanco. Ahora sé que era un médico. De repente, un velo negro tapó mis ojos; estaba muerto, sin que me diera cuenta. De repente me sentí como si flotara en la habitación: moviéndome como una sombra hacia el aparato que tenía que registrar las palpitaciones de mi corazón, me asusté al ver que no marcaba nada. ¡mi corazón había dejado de latir!” Esto ocurrió el 29 de junio de 1971.
Estamos ahora en la ciudad de Guatemala, es el 7 de octubre de 1949. La señora Isabel de R. es atendida por una enfermera especializada en partos. En el momento crítico de nacer el bebé sufre un desvanecimiento y su visión es borrosa hasta llegar a desaparecer. Es entonces cuando se siente como pegada al techo. Rápidamente es como halada hacia arriba y de pronto se ve frente a un inmenso rio, el cual trata de pasar.
A pesar de nunca haber aprendido a nadar no le da miedo. Las aguas la regresan, no puede llegar a la otra orilla, en donde vea lo lejos personas que le están esperando. Al regresar ve de nuevo a la comadrona, atormentada, pues no hay signos de vida y la criatura no está totalmente afuera. ¡Doña Chabela, puje por favor! Doña Isabel comprende que está muerta y una imperiosa necesidad la hace retornar a su cuerpo; al instante ve una vez más a Doña Laura. Ahora empieza a sentir que puede manejar su cuerpo y puja. ¡El niño nace! Doña Chabe se ha salvado de morir.
En cierta oportunidad, hace muchos años (vivencia del autor), tuve la ocasión de pasar por un instante muy crítico entre la vida y la muerte. Una experiencia originada en algo realmente ridículo. “Estaba sentado a la mesa en unión de mi familia, cuando de pronto, al deglutir mal, un pedazo de tortilla tostada (especie de torta plana hecha de maíz cocido), quedo entre el esófago y la laringe, obstruyendo la respiración.
El ahogo fue instantáneo y poco a poco la respiración de hizo débil. Fui cayendo de la silla y vanamente intentando sostenerme de la mesa. Veía todo lejano y por instantes sentí una clara angustia por todo lo que había hecho y lo que podría haber realizado en la vida.
Unos sonidos estertóreos salían de mi garganta y pensé que todo había terminado. Como película a velocidad ultrarrápida allí estaba toda mi vida. Alguien me ayudó de pronto todo fue normal una vez más.
El 16 de septiembre de 1964, sobre un Alfa Romeo deportivo, el arquitecto suizo Stefan Jankovich acompañaba a un amigo suyo a Lugano. A las 13:10 un convoy venia en vía contraria. Un camión intentó rebasar, sin darle tiempo. Jankovich grito antes de estrellarse contra el parabrisas primero y después volcar con su coche. Un médico se presentó al lugar y dictaminó que el corazón se había parado. Jankovich relató: “Flotaba por encima del lugar donde había ocurrido el accidente y veía mi cuerpo gravemente herido y sin vida, exactamente en la posición descrita después en el reporte de la policía. Vi como el médico intentaba reanimarme con respiración artificial boca a boca. Por fin, desesperado, dijo: Ya no se puede hacer nada. Este hombre está muerto. Fue muy interesante observar esta escena. Estaba sereno, exento de cualquier emoción y con una tranquilidad como si estuviera en el paraíso”.
¿Puede ser hermoso morir? ¿Realmente se siente una sensación de tranquilidad y paz en ese momento tan dramático? Las personas, en estos casos, ¿realmente han estado muertas?
Platón, en el libro décimo de sus “ Diálogos”, dejó ya asentado el caso de un soldado mortalmente herido que regresa a la vida y cuenta las sensaciones recibidas. Tomos completos sobre la muerte y sus diversas etapas fueron escritos hace muchísimos años, tal el caso de „„El libro de los muertos”, de los egipcios.
La pintora Gertrud Staber, cinco días después de una operación de oclusión intestinal, pasó una profunda crisis. “Me vi desnuda, pero con un cuerpo asexual, encima de una especie de planta. El cuerpo se retorcía sobre aquella planta, que lo agarró por un sinnúmero de tentáculos. Y Solo era el cuerpo pues yo me encontraba etérea, flotando por encima de esta escena”.
En un filme producido para la televisión y proyectado en mi país, se presenta el caso de la Sra. Parker, la cual volando en un avión ligero sufre un accidente. Ve de pronto a su esposo de pie junto al avión, con un vestido azul oscuro y corbata. El Sr. Parker le dice adiós y luego la imagen se esfuma. Luego se comprueba que en la misma forma ha sido enterrado, pese a que su esposa no lo pudo saber por estar convaleciente. ¡Seres que en el momento de casi muerte desarrollan ciertas capacidades desconocidas!
El automóvil de Hughie Green era conducido en forma insegura, una terrible niebla se abatía sobre él. Su compañera, una atractiva joven, iba en el asiento de al lado. De pronto, las luces del auto alumbraron un objeto; los viajeros sintieron un terrible golpe y escucharon el romper de cristales. Green se encontró inexplicablemente fuera del vehículo, vio cómo su cuerpo estaba atrapado y deformado, pero no sentía dolor alguno. Hughie dijo: Sentí que había dejado mi cuerpo y miraba el choque. Mi cuerpo estaba allí, al lado de la carretera. Podía ver y oír con claridad. Luego algo me hizo cerrar mis ojos y ya no pude abrirlos. Ahora estaba una vez más en el vehículo; no sentía dolor, tan sólo cierta incapacidad en el pecho para respirar…”
En realidad, Green estuvo atrapado en el Jaguar durante 40 minutos, pasados los cuales fue rescatado y llevado al hospital. Allí permaneció por varias semanas, luchando entre la vida y la muerte, hasta su total recuperación.
¿Murió Hughie durante algunos minutos, mismos en que su alma salió a vagar por un espacio cercano al accidente?
Lionel Van Prage, campeón de motociclismo y piloto comercial, se estrelló en 1958 resultando gravemente herido. “Podía verme desde una altura de 10 metros, con todos los detalles de mi cuerpo, el cual yacía allá abajo tendido en una manta blanca. Tenía los ojos cerrados y sangre en la cara. Me sentía triste, sabía que algo me había sucedido. Era como si flotara sobre el paisaje. Yo mismo dije: ¡Que horrible, me estoy diciendo adiós yo mismo... me veo por última vez!
Al instante sentí angustia por ocupar una vez más mi cuerpo... No supe más hasta despertar en el hospital”.
Así fue, efectivamente las personas que lo rescataron creyeron que había muerto y lo cubrieron con una manta blanca. Luego al llevarlo al hospital, vieron que aún vivía.
La famosa actriz Elizabeth Taylor sufrió una experiencia de este tipo. Encontrándose enferma en un hospital vio como la clínica donde reposaba en Londres se llenaba de flores que llevaban sus amigos.
Ella estaba pálida en el lecho, “Sentí que me encontraba en otro lugar, vagando y mirando. Sentí que éramos dos personas distintas. Una que yacía en la cama, al parecer muerta: y la otra, yo, la que flotaba. Me sentía rara, pero muy bien”. Este hecho coincide con la crisis que pasó la actriz cuando todos la creyeron muerta.
Peter Sellers, el actor, murió ocho veces durante una serie de ataques cardiacos. Vigilado en el hospital Cedars of Lebanon Hollywood, permaneció varios días entre la vida y la muerte prácticamente con vida artificial. Sin sufrir la experiencia fuera del cuerpo, dijo haberse sentido bien, en paz y tranquilo, “Si esto es la muerte -dijo- realmente no le tengo miedo”.
Allá por el año 1960, un conocido locutor deportivo de Guatemala pasó por la experiencia del retorno. M.A.R. (se omite el nombre por carecer de autorización) realizó la automedicación ya que, teniendo compromiso importante, trató de curar una infección de garganta, la cual impedía la fonación correcta. Fue entonces cuando al colega de radio se le aplicó una dosis de penicilina potásica G, la cual provocó una reacción alérgica en su organismo. Cuenta M.A.R. que, al salir de la farmacia, donde le habían inyectado, sintió una rara sensación, era como si el cuerpo se estuviera hinchando.
Ante la dificultad de caminar, optó por pedir ayuda en casa de una familiar cercana. Al llegar a la puerta casi no podía sostenerse en pie. Visiblemente turbada, la mujer que servía en aquella casa lo sostuvo para que no cayera. Ya dentro, en la sala, un nuevo desvanecimiento sobrevino al colega, lo cual provocó que se fuera de bruces contra la muchacha que lo había ayudado en la puerta. En ese momento tan solo recuerda haber caído. Dice M.A.R: „„Me vi caminando por una vereda recta, la cual terminaba al fondo en una pequeña iglesia. Esta tenía campana, la cual en algún momento de la experiencia vibró. Inmediatamente me recuperé y de esa forma me llevaron al sanatorio Español, donde el cuerpo médico me dio el tratamiento apropiado, pues aparentemente era alérgico a la penicilina”. Según parece el momento crítico duró alrededor de unos 3 minutos. ¡Tres minutos muerto!
¿En dónde están las fronteras de la vida y la muerte? ¿Cómo se define la muerte? ¿Es posible resucitar?
Una cosa es cierta: las experiencias vividas por las anteriores personas son reales, ocurrieron y dan testimonio de su aparente retorno al mundo de los vivos.
Hasta aquí las experiencias de quienes mantuvieron contacto con las cosas de un mundo lejano y a la vez contiguo al nuestro. Consideramos que el enumerar los testimonios de personas que no sufrieron la experiencia, carecerla de atractivo para los fines de la obra, no obstante que apoyaría nuestra tesis. Es por esta razón que sólo traeremos a cita uno extremadamente significativo.
Entrevistado en un programa de televisión, el protagonista, padre Denis Quilty, narro frente a las cámaras su caso; era el 26 de mayo de 1975.
“Todo comenzó en septiembre del año pasado dijo-, cuando durante un viaje a Estados Unidos decidí hacerme un chek-up” en la clínica Lahey, de Boston. Lahey es una institución reconocidísima en el mundo, sobre la especialidad de la cardiología”.
El jefe del servicio cardiológico, St. Sidney Alexander, ante la circunstancia de que sobre la suave prueba de la bicicleta el padre había experimentado al minuto un ritmo asombroso de 198 pulsaciones, decidió que solo había una opción: ¡Operación a corazón abierto!
Los exámenes indicaron la urgencia del caso, por lo que la intervención quizá prolongaría su vida por espacio de unos cinco años. De lo contrario, bastarían tres meses tan sólo para que el padre Qulty muriera.
“Como de costumbre, oré y cerré los ojos -continuo el relato-: entonces decidí someterme a la operación.”
El desgaste cardiaco era mucho más grave, y por si fuera poco el padre estaba expuesto a otras enfermedades. Poco tiempo después de finalizada la operación se declararon en el enfermo ictericia, paludismo, neumonía y disentería amébica, todo simultáneamente. El cuadro médico era para dar por muerto al padre: en tan sólo quince días (del 20-IX-73 al 6-X-73) el enfermo acumulo el posible número de 136 paros cardiacos. Por ciento treinta y seis veces el padre Quilty estuvo ¡técnicamente muerto!
Aquí se sobrepasaron las posibilidades, pues el cerebro soporto más de cuarenta paradas sin sufrir daños irreparables, lo cual indica que de alguna manera continúo viviendo o recibiendo alimento.
Por otro lado, en ninguna de las veces que estuvo muerta, narro alguna experiencia de su viaje al más allá, pues de lo contrario hubiera sido extraordinariamente interesante observar si no había contradicción en alguna sus experiencias de retorno.
Infortunadamente, este hombre no tuvo ninguna oportunidad de ver el otro mundo en ciento treinta y seis veces que murió.
El caso fue tan dramático, que incluso estaban ya hechas las esquelas mortuorias y excavada la fosa. El padre Quilty sobrevivió y relato su experiencia años más tarde frente a millones de televidentes en el Brasil.
De la misma manera que el caso anterior, existen miles de personas que han pasado por la casi muerte, sin referir ningún detalle concreto de la experiencia.
¿Es que no existe o simplemente no lo recordamos? ¿Quizá la explicación radica en la gran susceptibilidad de sugestión de unos y otros? Lo cierto es que hubo alguien que por ciento treinta y seis veces clínicamente murió y nunca vio el otro mundo. ¡Tal vez porque el que lo ve ya no retorna!
Llegado a esta altura de la obra deseo, una vez más, recordar al amigo lector que lo que pretende este libro no es negar la supervivencia de algo” la existencia de otro mundo”. Nuestro propósito es demostrar que no es tan sencillo como la vida diaria de este planeta, donde lo material y espiritual se debaten en una eterna y degradante lucha.
El otro lado no puede ser tan imperfecto como éste. Para dejar sentado mi criterio al respecto he redactado el último capítulo de este libro cuyo título es “De cara al enigma”. Es ahí donde se reafirmó mi creencia y planteo mi propuesta sobre el más allá.
De modo que si el lector ha tenido la paciencia o la valentía de llegar hasta aquí le recomiendo seguir adelante y no dejar de analizar lo último de esta obra.